La Revolución Francesa en el cine:
¿Hablamos de hace tiempo o hablamos de ahora?
Cuando intentamos comprender una época a través de una fuente literaria o de cualquier otra creación artística, siempre hay que recordar que lo que tenemos entre manos es ficción en un porcentaje importante. Si el autor no es contemporáneo de los hechos, por mucho que se haya documentado, nos proporcionará un relato ambientado en otro tiempo con el que transmitir sus preocupaciones y sentimientos actuales, sirviendo la historia como ejemplo, advertencia o sueño de lo que pudo ser y no fue.
No hay tanta cinematografía dedicada a la Revolución Francesa como sería de esperar para un suceso tan importante. Sobre todo, si atendemos a películas que hayan saltado a los circuitos comerciales.
La principal industria, que sigue siendo la de Hollywood, casi nunca ha querido abordar el tema y, cuando lo ha hecho, ha sido desde un enfoque radicalmente antirrevolucionario. Los grandes industriales del cine norteamericanos siempre fueron muy conservadores y, por no hablar de Revoluciones, no hablan ni de la suya, la Revolución Norteamericana de 1776. De forma que de EEUU no encontraremos muchos productos más allá de los dolores de cabeza de la enredante reina María Antonieta - juzgada y ajusticiada por la República - o de la nobleza francesa que huye de la violencia popular.
En el cine europeo y, concretamente, el francés, encontramos cosas más interesantes. Hay un clásico que a mi me encanta. Se titula La Marsellesa. Fue dirigido en 1937 por Jean Renoir, sobrino del pintor del siglo XIX.
La Marsellesa cuenta las andanzas de varios amigos del sur de Francia durante la Revolución. No enfoca la historia desde el punto de vista de famosos políticos ni de elementos de la nobleza, sino de gente campesina o que vive de un oficio. Cuando Francia entra en guerra contra los soberanos europeos, los amigos se alistan para defender el país. Se dirigen a la capital al son de la canción con la que marchaban los voluntarios marselleses y que se convertiría en el Himno Francés. Vivirán el asalto al Palacio de las Tullerías, la proclamación de la República y la Batalla de Valmy, en la que el ejército revolucionario derrotó a los prusianos.
Pero fijémonos en qué año fue rodada La Marsellesa: 1937. Hitler había tomado el poder y estaba rearmando Alemania a toda velocidad. España arde con la Guerra Civil, y la Luttwafe alemana acababa de arrasar Guernika. En Francia también hay una intensa lucha política: gobierna una coalición de izquierdas pero, dentro de Francia, hay un sector de la sociedad que admira los regímenes de la Italia fascista o la Alemania nazi. En un momento en que todo el mundo piensa que la guerra contra Hitler está próxima, Jean Renoir lo que transmite es que si Hitler ataca a Francia, la salvación no vendrá de militares ni empresarios que simpatizan con la extrema derecha, sino del pueblo, como había pasado en 1792.
La Marsellesa es una obra de arte con mayúsculas. ¿Poblemas? El blanco y negro y la Versión Original Subtitulada la hace muy poco comercial.
Una visión más moderna y, que particularmente, me parece entretenida, la da el director italiano Ettore Scola. En La Noche de Varennes, de 1982, nos relata el intento de huida de París de los Borbones, quienes, disfrazados de criados, fueron descubiertos cerca de la frontera belga y sometidos a arresto.
Este director tiene el mérito de aportarnos perspectivas diferentes de la situación. Los testigos del drama son el famoso amante italiano Casanova, ya en la vejez; un escritor erótico, Restif de la Brettone; el pensador norteamericano Thomas Paine; y una dama de compañía que idolatra al rey.
Un enfoque así de plural nos lo da también Jean-Paul Rappeneau en Gracias y desgracias de un casado del Año II. Es una comedia de 1971 en la que un donnadie que había emigrado a los EEUU regresa a Francia para ejercer el derecho al divorcio, recién establecido por la Revolución (condición indispensable para volver a contraer matrimonio con una rica heredera americana).
La acción es endiabladamente rápida y se suceden aventuras, peleas y persecuciones en medio de El Terror, la contrarrevolución realista, el derrocamiento de los girondinos, la Batalla de Valmy y, finalmente, el Imperio de Bonaparte. Como comedia, recrea muy bien la vida cotidiana y se aprecia la idea setentera de que el cambio más duradero no radica tanto en las constituciones o las formas de gobierno como en las mentalidades. Rappeneau deja claro que, con todas sus barrabasadas, la Revolución había creado un mundo nuevo basado en la igualdad ante la ley, donde un individuo capaz tenía posibilidad de ascender. ¿Problemas? La relación entre los casados es pésima y están todo el film arreándose bofetadas. Es necesario poner en contexto la situación y no deducir, en ningún, caso que ese comportamiento es aceptable hoy en día.
Una película mucho más sería y densa es Dantón, dirigida en Francia por el polaco Andrzeg Wajda en 1982. Se centra en el enfrentamiento entre los dos antiguos amigos, Robespierre y Dantón, y cómo este último acaba en la guillotina acusado de corrupción. En ese año, el gobierno comunista polaco se enfrentaba a protestas dirigidas por el sindicato Solidaridad y apoyadas desde Occidente. Como nos podemos imaginar, en el transfondo, lo que hay es una reflexión sobre las libertades políticas.
Y, como hay que ver de todo, mencionaré una película que no me gustó. Historia de una Revolución fue dirigida por los hermanos Heffron en 1989. Aquí sí que tenemos buenos y malos. El transcurso de la Revolución la podemos seguir a través de sus principales líderes. Y la película se posiciona, muy claramente, sobre con quiénes va: el moderado Camile Desmoulins es una bellísima persona; Dantón es un tipo simpático y bon vivant (y, aunque roba, no se le nota nada); en cambio, Robespierre es totalitario; los radicales Marat y Hebert, son crueles y brutales...
¿Pasaba algo de particular en 1989? Pues sí. La Guerra Fría se termina. Ese año caía el Muro de Berlín. Políticos liberales como Reagan en EEUU y Thatcher en Reino Unido están empezando a desmontar el sector público y la regulaciones laborales. La moraleja es obvia; sea usted liberal. Quien no es liberal, es que quiere una dictadura.
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